martes, 23 de junio de 2015

CURIOSIDADES HISTÓRICAS


 La Guerra Civil vista por el cine español
La Guerra Civil marcó buena parte del siglo XX en España. No nos ha de extrañar, por
tanto, que sean numerosos los libros históricos, de ensayo, novelas, piezas teatrales,
canciones, obras plásticas o películas que tienen este conflicto como tema central o
escenario recurrente. En lo que al cine se refiere, no son pocos los reproches que se
han venido haciendo a tal proliferación de títulos acerca de dicha guerra. No
obstante, sospecho que se trata más de un problema de defecto de calidad que de
exceso de cantidad. Y es que, por desgracia, muchas de estas películas han pecado,
y pecan, de una descarada parcialidad y un evidente maniqueísmo. En realidad, son
escasísimas las obras que han sido capaces de tratar tan complejo tema con una
mínima dosis de sana honestidad, aspirando a alcanzar una objetividad que, aunque
sea una utopía, bien merece el noble esfuerzo de su búsqueda.
Durante los casi cuarenta años de dictadura franquista apenas se realizaron películas
que tocaran tan espinoso tema. Sólo hubo un corto período en el que estos títulos
fueron parte destacada de la producción fílmica. Me refiero a los primeros años
cuarenta, es decir, a la más inmediata posguerra. Con estas películas el Régimen
trataba de justificar el golpe del 36. A este tipo de producción se le llamó cine de
cruzada. En él encontramos títulos como R omancero marroquí -rodada en el 38 pero
estrenada después de la guerra-, S in novedad en el Alcázar, Crucero Baleares,
Escuadrilla, Porque te vi llorar … Curiosa excepción supuso Rojo y negro (Carlos
Arévalo, 1942), donde cierto espíritu reconciliador de curiosa inspiración falangista
irritó a las autoridades franquistas.
Pero si existe una película que destaca por encima de todas como paradigma del
cine de cruzada ésa fue R aza (Sáenz de Heredia, 1941), basada en una novela del
mismísimo Franco. Resulta R aza -es pura obviedad- todo un ejercicio de parcialidad
y adoctrinamiento. En ella se exaltan los valores de la familia tradicional, los del
soldado y su compromiso a muerte con la patria, los de la más estricta moral
católica… Todo ello a través de un hilo argumental donde las coincidencias con la
biografía del propio Franco son evidentes. En cualquier caso, fue una gran
producción para la época, contando con intérpretes de primera fila como Alfredo
Mayo, Ana Mariscal o José Nieto, además de ser, cinematográficamente, un trabajo
interesante, aunque su mensaje y contenido hoy causen sonrojo. Sobre Raza
conviene recordar que sufrió una significativa revisión en el año cincuenta. Pasó
entonces a titularse Espíritu de una raza . Además se suprimieron o recortaron ciertas
escenas, de la misma manera que experimentaron algunas variaciones los rótulos, la
voz en o ff y los propios diálogos. Todos estos cambios atienden a los nuevos
intereses que el régimen franquista pasará a tener, tras el fin de la II Guerra Mundial,
de cara al exterior. Se imponía limar asperezas con la gran potencia vencedora, los
Estados Unidos, así como despojarse de los tics más descaradamente fascistas.


Dejemos atrás el cine realizado desde el lado vencedor y pasemos a centrarnos en el
que han venido desarrollando los vencidos. Aquí sí que son numerosos los títulos que
florecieron, como es natural, tras la muerte del dictador. Lamentablemente se ha
seguido cayendo en la trampa del maniqueísmo, esta vez desde la óptica de los
derrotados, con películas donde se percibe un marcado tono victimista y un exiguo
rigor histórico.
Un buen ejemplo de largometraje nacido al calor de esta visión unilateral de los
vencidos podría ser L ibertarias (Vicente Aranda, 1996). Curiosamente, ocurre algo
parecido a lo de R aza. Se trata de una gran producción para lo acostumbrado en el
cine español. La protagonizan actrices muy conocidas para el público nacional:
Victoria Abril, Ana Belén, Loles León y Ariadna Gil. Además, cinematográficamente es
un filme valioso, dado el buen hacer tras la cámara de Aranda. Pero todo esto no
impide que sea, una vez más, una película descaradamente alineada, en la que el
espectador es tratado poco menos que como un niño, sin dejarle oportunidad para la
duda, el juicio crítico o la reflexión. También coincide con R aza en mostrar al enemigo
como salvaje deshumanizado y al correligionario como inocente víctima. No hay lugar
para la perspectiva. Se trata de una historia de buenos y malos, sin más.
Ante tal panorama, se hacen más dignas de elogio esas pocas películas que se
proponen huir del tan frecuente maniqueísmo. No estoy hablando de obras
perfectamente neutrales ni de paradigmas de la imparcialidad. Simplemente se trata
de películas valientes y honestas donde se da cabida a cierta autocrítica, lo que ha
de celebrarse como todo un logro. Resultan estas obras auténticos mirlos blancos de
nuestro cine. En este exquisito grupo habría que incluir algunas realizaciones de
Jaime Camino, entre ellas, fundamentalmente dos: L as largas vacaciones del 36
(1976) y L a vieja memoria (1978). La segunda es un interesantísimo documental de
montaje, mientras que la primera supone una visión de los problemas y diferencias
dentro del propio bando republicano, valiéndose de un notable abanico de
personajes erigidos en metáfora de los distintos grupos que se dieron cita en la
contienda. Recordemos también L a vaquilla (Luis García Berlanga, 1985). En ella, el
genial director valenciano hace una aproximación a este delicado tema desde el
género de la comedia. El resultado, lejos de ser una visión intrascendente, supondrá
una encomiable reflexión acerca de todo lo que tiene de absurdo y aberrante la
guerra.
En cierta ocasión oí al productor Enrique Cerezo decir que la película definitiva sobre
la guerra civil española estaba aún por hacer. Apuntaba Cerezo que debería tratarse
de un filme compuesto por varias historias, dirigida cada una de ellas por un cineasta
distinto, intentando así componer una mirada lo más rica, diversa y poliédrica posible
sobre el complejo asunto. Ojalá el productor algún día logre llevar a cabo tan digna y
necesaria empresa.
CARLOS SALAS (PROFESOR DE CIENCIAS SOCIALES)

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